Sentada en su silla de ruedas, *Marleny habla sobre su sueño de ser secretaria. Cuenta que le gusta mucho la computación y espera terminar sus estudios para poder trabajar. Ella es una de las residentes de Ónice I en Quetzaltenango, en donde se atiende a jóvenes con discapacidad leve y moderada que han sido rechazadas por su familia.
“Me gusta mucho desplazarme sola porque sé que puedo hacer las cosas. Ya estoy aprendiendo a leer y escribir”, dice la chica de 25 años, quien desde hace 13 ha permanecido institucionalizada en varios hogares de abrigo y protección.
Gladys Pérez, trabajadora social de la residencia, cuenta que Marleny fue abandonada por su familia biológica, después de eso fue acogida por otra familia en la cual, sufrió maltrato físico y psicológico.
Ella cuenta que un día, todos arreglaron su maleta, se la llevaron y en una gasolinera le dijeron que esperara, que solo irían a comprar sus pasajes, los minutos pasaron, también las horas y nadie regresó. Fue rescatada por la PGN y luego enviada por un juez a un hogar de abrigo y protección.
Desde entonces ha permanecido institucionalizada. Pese a que su vida no ha sido fácil, Marleny ve como algo positivo el hecho de estar en la residencia “Dios me ha dado la bendición de estar en varios hogares y conocer gente que me quiere”, dice.
“Las personas que trabajan con nosotros hacen bien su trabajo, nos ayudan, nos estiman. Le agradezco a Dios y a la Secretaría porque la gente que trabaja con nosotros nos apoya y cada vez que estamos tristes nos alientan para poder seguir adelante”, agregó Marleny.
En Ónice I, Marleny recibe atención médica, psicológica, pedagógica y trabajo social. Estudia en una escuela de educación especial y también participa en actividades deportivas y de desarrollo integral con el propósito de que tenga herramientas para su futuro.