Desde pequeño, Daniel estuvo rodeado de flores. En San Juan Sacatepéquez, junto a su padre, aprendió los secretos del cultivo de rosas: el riego, los cortes, el cuidado diario. Pero la vida, a veces, toma desvíos inesperados.
Por un error que cometió en su adolescencia, Daniel fue ingresado al Centro Juvenil de Detención Provisional (CEJUDEP) Etapa, donde permaneció dos meses. Aunque corto, ese tiempo marcó un antes y un después en su vida.






Gracias a la intervención de un juez del Juzgado de Adolescentes en Conflicto con la Ley Penal, no recibió una sanción punitiva, sino una medida socioeducativa. Y fue justo ahí donde comenzó su verdadera transformación.
Daniel vio esa medida como una oportunidad. Volvió la mirada a lo que siempre lo había hecho sentir en paz: las rosas.




“En la parte de la producción de rosas, fui empezando poquito a poquito”, recuerda. ” Con un poquito de miedo que inicié la producción. Pero con el tiempo nos metimos de lleno, empezamos a sembrar más y todo eso”, cuenta con orgullo.
Las rosas no solo lo ayudaron a reconectar con su familia, sino que se convirtieron en un símbolo de su nuevo rumbo. Hoy, junto a su padre, Daniel se dedica con pasión al cultivo. Los lunes y jueves cortan las flores en el invernadero, que luego venden en los alrededores y en distintos puntos del país. La calidad de sus rosas ha hecho crecer la demanda, convirtiéndose en una fuente de ingresos y sobre todo, de orgullo familiar.

Incluso entrega rosas en la Secretaría de Bienestar Social de la Presidencia de la República y en el Juzgado de Adolescentes en Conflicto con la Ley Penal, en la zona 9 capitalina. Ahí, jueces, secretarias, policías y personal en general, además de admirar la calidad del producto, se convirtieron en compradores frecuentes, reconociendo también la historia de esfuerzo que hay detrás de cada flor.
La historia de Daniel es prueba de que la reinserción es posible cuando hay voluntad, apoyo y segundas oportunidades. Y que algo tan delicado como una rosa puede ser la raíz de un nuevo comienzo.
Texto y Fotografías: Asael Díaz