“Desde 2022”, “cuatro años y tres meses”, “cuatro años y medio”, “estoy aquí desde julio del 2014”. Todas y todos los jóvenes en proceso de reinserción recuerdan exactamente desde cuando están privados de su libertad.
En su rostro hay seriedad y ven a los ojos en cada conversación, especialmente cuando hablan con esperanza sobre su futuro. Saben que sus acciones, amistades y conflictos los llevaron a estar donde están, pero tienen claro que el cambio es necesario y que sí existen oportunidades para tener un mejor futuro.
Adolescentes como Arturo*, Kevin*, Fredy* y Jéssica* (nombres ficticios) cometieron faltas siendo menores de edad y recibieron una sanción que ahora cumplen en los centros juveniles de privación de libertad a cargo de la Secretaría de Bienestar Social -SBS-.
Los testimonios recopilados a continuación fueron tomados en el Centro de Capacitación y Formación Integral –CCFI–, un programa de la Subsecretaría de Reinserción en el que cada adolescente adquiere, además de educación, herramientas que le permitirán buscar mejores oportunidades de empleos o de proyectos de emprendimiento.
“La tecnología avanza, no debemos quedarnos atrás”
Kevin* forma parte del Centro Juvenil de Privación de Libertad para Varones –CEJUPLIV– Gaviotas, donde ha permanecido desde julio de 2014. Ahí a reflexionado sobre la necesidad de superarse para acceder al mercado laboral cuando termine su sanción.
“Estar privado de libertad me ha cambiado mucho. Antes, cuando era un joven de 14 años no pensaba bien las cosas, actuaba por actuar. Con el transcurso del tiempo y con toda la ayuda psicológica y social, entendí que día a día debo ser mejor persona, porque me están dando oportunidades de estudio. Tarde o temprano voy a salir en libertad y un buen estudio me va a abrir puertas en el futuro”, nos cuenta.
“Mi meta era solo llegar a quinto bachillerato, pero cuando llegué a ese punto y vi que otros compañeros estaban en clases universitarias, me enfoqué en entrar y ahora quiero terminar mi carrera en administración de empresas”, afirma con mucha seguridad.
“Los años cambian, la tecnología avanza, en los trabajos piden que uno sepa de computación, las ventas se hacen en línea. A pesar de que estamos privados de libertad no debemos quedarnos atrás con la tecnología. Por eso estoy agradecido por la oportunidad que nos dan de aprender”.
“Personal y emocionalmente me siento bien ahora. Sé que me falta poco para salir y veo que mis metas van caminando. Mis avances han sido buenos y yo me he dado cuenta, porque me han formado para ser mejor persona. Mi mente ya no es la misma de antes”, concluye Kevin*.
“Cuando esté en libertad, todos estos proyectos me van servir para salir adelante”
2019 fue el año en que todo cambió para Fredy*. Desde entonces el proceso de cambio ha sido un camino difícil, en el que extrañar a su mamá sirve como fuente de inspiración para ser una mejor persona con la atención y educación que recibe en Gaviotas y en el CCFI.
“Llevo cuatro años y tres meses privado de libertad. En el transcurso de ese tiempo, como uno es humano, a veces uno se siente triste; pero por otro lado me siento agradecido con Dios y con el grupo técnico, porque he aprendido muchas cosas”, comenta.
“Cuando quedé privado de libertad sólo había estudiado hasta sexto primaria y ahora ya estoy en mi primer año de la universidad. Gracias a Dios por brindarme el apoyo porque a pesar de la persona que yo era, recibo bendiciones. Solo se necesita que yo le ponga ganas a la vida”, añade.
“No tener a mi mamá es difícil, incluso saber que tuvo un derrame es algo complicado. Estar aquí es algo que yo me busqué y ahora solo me toca seguir. Ahora es cuando debo ser buen hijo y demostrarle mi cambio, lo agradecido que estoy con ella por todo el apoyo que me ha dado, y ahora apoyarla en todo sentido”.
“El CCFI me ha enseñado demasiado. Además, gracias a la jueza, al director del centro y a muchos aspectos de mi comportamiento ahora tengo un proyecto de cocina con el que gano al menos una pequeña cantidad de dinero para apoyar a mi familia. Hago comida los lunes y miércoles, le vendo al grupo técnico, a mis maestras, psicólogos y hasta a los mismos compañeros. Yo sé que más adelante, cuando esté en libertad, todos estos proyectos me van a ayudar a salir adelante”, asegura
“Somos muchas adolescentes que tenemos sueños y queremos cambiar”
A los 16 años, Jessica* recibió una sanción dictada por un juez. Eso la llevó a estar recluida en el Centro Juvenil de Privación de Libertad para Mujeres -CEJUPLIM- Gorriones desde 2022. En ese lugar comenzó su proceso de renovación y ahora abraza con fuerza los sueños que quiere cumplir.
“Cuando estaba afuera no terminé de estudiar. Pero es algo que ahora estoy haciendo por medio de la educación en el CCFI. Tengo muy buenas notas. Me gusta cada una de las cosas que nos enseñan aquí y sé que todo me está formando para mi futuro. La computación, repostería, todo me va a servir y desde ya me es útil todo este conocimiento”.
“El CCFI tiene muy buena educación, pero siento que me gustaría estudiar en un colegio y convivir con más personas. Más adelante graduarme y trabajar en el mejor banco de la ciudad, tener muchos títulos, muchos diplomas. Esas son cosas que deseo hacer y que sé que puedo lograr”, dice Jessica, quien no puede ocultar su emoción mientras relata sus anhelos.
“No hablo por toda la población, pero muchas veces la gente piensa que por ser privadas de libertad no tenemos sueños, que no queremos superarnos o que queremos seguir haciendo lo mismo. Al contrario, ¡Habemos muchas adolescentes que sí tenemos sueños!, ¡Queremos cambiar! ¡Sí, queremos aprovechar esto! Se piensa que porque estoy privada de libertad se acabó mi vida y yo digo que es al contrario, que esta solo es una pausa para continuar con más fuerza”, afirma.
“Ya no ser un peligro para la sociedad me causa mucha satisfacción”
Cuatro años y medio han pasado desde que Arturo* entró en un centro de privación de libertad. En sus propias palabras, dejó de ser una persona peligrosa y ahora es un joven lleno de anhelos y con un claro objetivo: darle a su hija un mejor futuro.
“Yo pertenecía a un grupo antisocial, y ahora me convertí en una persona con sueños y metas. Alguien que lucha por lo que quiere y por las personas que ama. Veo hacia atrás y me doy cuenta de mi pasado, uno lleno de violencia, un pasado con muchas deficiencias y pobreza. Tal vez eso me condujo a esto, pero no es un pretexto para justificar lo que hice”.
“Logré mi primer objetivo que era cambiar mi forma de ser, empeñarme en los estudios y prueba de ello es que ahora, con una carrera universitaria, estoy en el tercer semestre de Administración de Empresas. A corto plazo quiero terminar la universidad y tener un empleo para cubrir mis necesidades y las de mi familia, principalmente las de mi hija, mi motor”, comenta Arturo*.
“Los talleres del Centro de Formación son muy esenciales para mí y mis compañeros. Me han ayudado en muchos aspectos, y especialmente a ver que hay oportunidades. Ahora yo sé cocinar, sé hacer un platillo. Sé hacer pan y me puedo desempeñar en la repostería. Educarme aquí me sirve porque sé que con esto puedo optar por un emprendimiento”, asegura.
“Mi hija va a cumplir cinco años. Quiero que se sienta bien de tener el padre que quiero ser. No pretendo ser estricto sino tener estrategias para su crianza y no recurrir a la violencia como otras personas lo hacen con sus hijos. Yo no quiero que mi hija pase por eso. Quiero inculcarle valores, principios y que cumpla sus sueños”.
“Ella se merece este cambio, la sociedad se merece un cambio. Ya no ser un peligro para la sociedad me causa mucha satisfacción. De la persona que yo era antes hay mucho que decir y en el proceso hubo mucho que cambiar.
Texto : Cecilia García
Fotografías: Archivo SBS y Cecilia García
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